El paisito 1

Son muchos los momentos en que trato de pensar la relación entre mis trabajos y mi origen marplatense, origen de segunda generación. Pero siempre abandono por cansancio, o aceptando que solo podría tener algunos puntos de coincidencia con mi desordenada formación (?) literaria. Sí, vivía en un mundo donde el libro era todo, solo mechado por el cine y la radio, todavía en esos años primeros de la ciudad sin TV. Pocas manifestaciones teatrales, el ABC en el Sacoa, donde ví algún Bretch (Esperando a Godot), algún concierto de la sinfónica local o de un concertista de piano -solo recuerdo a Manolo Rego, profesor de mi hermana-, y a una amiga de la familia que, además de pianista, era empleada de Obras Sanitarias. Con los libros pasaba de los clásicos universales -de la biblioteca Jackson de mi viejo- a Cortázar, Borges, al Boom, Hemingway, Henry Miller, todo en forma de aluvión y sin método alguno. En lo filosófico, el descubrimiento de Heidegger, y el estudio en la universidad del paisito con el Profesor Mario Russo de Jacques Maritain, la esperanza de la iglesia para contrarrestar la corriente sartriana. Pero bueno también ayudaban algunas revistas, y los pocos libros que conseguía. Ya hacía algún año que trabajaba. Tiendo a creer que mi llegada a este mundo del arte, tuvo que ver con mi huida de la ciudad por distintas razones: políticas, amorosas, frustraciones en el trabajo…

Y Buenos Aires fue París para mi. La revista Crisis, mi primera muestra, la plaza, todo eso, donde se decía que esta era una cultura y un mercado de arte que «moría» pero los artistas festejaban esa agonía con champan y «manices» en el Bárbaro, o hacían competencias de dialéctica y de arte en las mesas de La Paz con café y ginebra durante días, algunos con un café solamente. O comiendo los tuco y pesto de Pipo y volviendo a La Paz para ver los concursos de falsificación de Alonsos o Spilimbergos con la «negra» Renee, que algunos dicen terminó siendo la mina de Masotta. O puteándose muy colocados en La Giralda con chocolate para algunos churros… o a la tarde en Loise, viendo de cerquita a Maccio, al «oso» Smoje, a Polesello, o cuando Fogwill irrumpía y pedía unas botellas de champan, mientras decía “convite!!!” y se iba.

La vuelta a Mardel en el 78 fue la vuelta al mundo triste, a ese mundo tan bien explicado por Sebreli: un mundo reprimido… quise armar algo allí, pero eso es otra historia.

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